“La
libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones
que a los hombres dieron
los cielos”. Don
Quijote.
En unos días
comienza una nueva campaña electoral marcada por la acción intensa de las
organizaciones políticas en busca del mayor número de votos para sus
candidaturas. En estos períodos se activan las relaciones entre los miembros
del partido y cuadros dirigentes, militantes, afiliados y hasta simpatizantes
desempeñan un rol de crucial importancia para el desarrollo de la estrategia
electoral. E, inevitablemente, surgirán las preguntas sobre la existencia y la
ética de las redes clientelares y el voto cautivo. En este sentido, quisiéramos
reflexionar sobre estos asuntos poniendo el foco en la naturaleza interna de la
relación clientelar que, entendemos, trasciende el ámbito de lo
político-partidista y modela, en buena medida, una forma de estar y concebir la
vida toda.
LA
GRABACIÓN
Y lo haremos
poniendo como ejemplo una noticia que apareció en los medios días después de
las elecciones andaluzas del pasado 22 de marzo y que, en pocos días, se
convirtió en fenómeno viral extendiéndose de manera masiva por Internet y las
redes sociales. La noticia incluía una grabación –hecha de forma clandestina–
en la que se escucha a una alto cargo del PSOE y de la Administración
andaluza –la delegada de Empleo en Jaén– instar a sus subordinados a abandonar
sus quehaceres laborales para hacer campaña y pedir el voto para el
partido en el gobierno.
Es una
grabación de 2012, cuando la campaña a las anteriores elecciones autonómicas,
pero el desparpajo y el tono rutinario de la delegada nos permiten adivinar que
se trata de un proceder acostumbrado, que bien podría corresponder a esta
última como a otras campañas más antiguas del partido.
El argumento
principal que utiliza la delegada ante sus mudos subalternos es la preservación
por ellos y ella misma de los cargos que provisionalmente ocupan, recordándoles
que su futuro en los mismos depende de la continuidad en el gobierno del partido
que les designa.
LA
NORMALIDAD
Oyendo a la
delegada creemos constatar la extendida opinión de que el clientelismo es el
modo normal de proceder del partido que gobierna Andalucía desde 1982. Pero
cabe preguntarse si las prácticas clientelares y la instrumentalización de las
administraciones públicas por parte de los partidos gobernantes no son
extrapolables a otros ámbitos de poder.
Porque lo
que nos sugiere la reunión de la delegada es un proceder muy extendido en la
sociedad, no solo entre empleados y cuadros de los “partidos de
gobierno”: la disposición que adivinamos en los ahí congregados es en lo
fundamental la misma que encontramos habitualmente entre empleados y
profesionales de todos los sectores y ramas.
Son
situaciones tan comunes que la jefa o jefe de turno ni siquiera necesita
explicitar que se trata del intercambio de favores y prebendas por anuencia y
sometimiento; se da por sabido, y sorprende y choca, como rareza,
cuando alguien dice “no” a las directrices que descienden por las
cadenas jerárquicas. Tal es el grado de adiestramiento en la obediencia
alcanzado por la amplia mayoría –y por nosotros mismos quizá– que, por lo
común, la censura alcanza el grado de autocensura y el mandato el de
“realización personal”.
LA
OBEDIENCIA
Fijémonos en
que la audición de cuatro minutos solo nos permite oír el breve monólogo de la
delegada. A partir de ahí, lo que pudiera ocurrir en esa reunión es proyección
nuestra. ¿Y qué habremos proyectado la mayoría?: lo que vemos por doquier a
nuestro alrededor: obediencia. ¿Y qué habremos conjeturado?: que la
continuidad de los “proyectos de vida” de los presentes (o su serio menoscabo),
dependen de la continuidad de su empleo. Y en fin, concluiremos que
sus vidas están en función y deben mucho a otros que no dependen de ellos, al
menos no en el mismo grado, por estar más altos en el escalafón. Aunque nada de
esto pueda desprenderse con evidencia palmaria de las palabras que oímos en
esos cuatro minutos: es proyección nuestra de lo que es normal en el mundo en que
vivimos.
Y todavía
tiene la audición otro ingrediente que le añade un plus de interés: las
personas ahí congregadas en actitud –presumimos– sumisa y servil no son gentes
jornaleras que necesitan peonadas para cobrar la ayuda para pobres, ni peones
de la construcción en crisis, ni hipotecados en riesgo de desahucio, ni otros
pobres al uso. De haber sido estos los ahí sorprendidos, el número de
audiciones habría bajado muchas decenas de miles. Pero no: las personas que ahí
escuchamos callar e imaginamos dóciles proceden de la “clase media”, en el
amplio sentido del término, e igual podría tratarse de profesionales de
posición holgada y empleados de escalafones altos como de principiantes y
aspirantes más o menos precarios.
LA
SERVIDUMBRE
Pero su
actitud, como decimos, es sumisa, como la de quien está a merced de otros y
necesitado, es decir, como la que se supone en los “pobres típicos”. ¿Es
entonces una anomalía social lo que ahí tiene lugar, algo no representativo de
la realidad de los “estratos medios”, de los “instalados”, de los que llevan un
adecuado “tren de vida”?; ¿O es por el contrario representativa y hasta
paradigmática de esa “sociedad”?; ¿Cuál es el diagnóstico certero de
nuestras clases medias en su más amplio espectro?: ¿Gentes de trayectoria exitosa
o siervos prosternados?; ¿O consienten la servidumbre con tal de
alcanzar el éxito?.
(*) Extracto
del artículo de Félix Talego, Ángel del Río y Agustín Coca, antropólogos de las universidades de Sevilla
y Pablo de Olavide, publicado en andaluces.es.